jueves, 1 de mayo de 2008

Ante el Primero de Mayo. Lucha de clases y republicanismo

Ante el Primero de Mayo. Lucha de clases y republicanismo.

Frente al “yo desvinculado” liberal, en el que la única función del Estado debe ser la de preservar de interferencias la esfera privada del individuo, el republicanismo considera como eje central al ciudadano que interactivamente con otros participa activamente en los asuntos públicos en condiciones de libertad e igualdad. El republicanismo gira en torno al autogobierno, individual y colectivo, tomando como premisa la autonomía personal. La libertad republicana es la ausencia de dominación, tanto en los ámbitos públicos como privados. Por consiguiente, para el republicanismo democrático igualitario, en el que el socialismo hunde sus raíces, las relaciones de dominación u opresión económica de unos ciudadanos sobre otros en función de la propiedad de los medios de producción es una situación limitativa de la libertad, en la que unos sólo pueden trabajar con el permiso de otros.

Hoy, en el capitalismo globalizado y neoliberal, la clase trabajadora, considerada como conjunto de trabajadores, más o menos especializados, con empleos estables y con vínculos e intereses comunes está en retroceso. Las poblaciones trabajadoras se han segmentado, cada vez es más amplio el estrato de trabajadores en la cuerda floja de los empleos más o menos precarios; cuando no en situación desesperada, que incluye a los working poors o asalariados con ingresos por debajo del umbral de la pobreza, a los parados, a los jóvenes sin posibilidad de emancipación, a las mujeres que encabezan hogares monoparentales y a los inmigrantes, legales o ilegales.

No tener en cuenta esta situación, puede provocar una mayor brecha entre los sectores estables y los inestables de la población trabajadora, incrementando la burocratización de los sindicatos como meros defensores de derechos adquiridos de los trabajadores con empleo estable. Asimismo, podría contribuir a levantar barreras insalvables e innecesarias entre los segmentos de trabajadores fijos y los segmentos precarios de las poblaciones obreras, generando en los primeros la peligrosa impresión de que los segundos, y señaladamente los inmigrantes, son directamente responsables del deterioro de su situación.

El empleo estable ha dejado de ser así la garantía de los derechos sociales reconocidos en el Estado del bienestar. No basta, por tanto, que la izquierda y los sindicatos mantengan una posición "defensiva" destinada a preservar lo que se pueda del Estado social, o, incluso, recuperar lo que se ha perdido en los años de su desmantelamiento por el neoliberalismo.

Desde luego que sigue siendo imprescindible la necesaria lucha presente por la defensa de los indiscutibles logros morales y materiales (universalidad e incondicionalidad de las prestaciones sanitarias y educativas públicas, seguridad social, derechos laborales.) que el advenimiento del Estado social trajo consigo para los trabajadores. Pero si queremos que el nuevo “proletariado”, la amplia y nueva base social de excluidos, de precarios, de antiguos y nuevos desposeídos, de jóvenes y mujeres puedan romper con las situaciones de dominación provocadas por la implacable dinámica de la actual vida económica y social y tomar conciencia de su condición de ciudadanos, es necesario ir más allá.

Y es que la izquierda no pude resignarse a un capitalismo neoliberal contrarreformado, con mercados financieros internacionales sin regulación alguna, derechos sociales recortados, empleos precarios y políticas exteriores descarnadamente belicistas que amenaza con el cambio climático, la destrucción radical de la biodiversidad y del pluralismo cultural, la privatización de recursos naturales básicos como el agua, el crecimiento de imperios económicos incontrolables y la exclusión y el empobrecimiento de la mayoría de la población mundial.

La izquierda debe ofrecer una alternativa a este sistema para que cuando colapse no nos arroje a todos a la barbarie. A esa alternativa seguimos llamándola socialismo para sintetizar las distintas corrientes emancipadoras que han llenado la historia social y política de los últimos ciento cincuenta años.

Pero, ante las experiencias de los fracasos del “socialismo real” de ascendencia estalinista y de las terceras vías socialdemócratas, la izquierda debe propugnar un socialismo laico y republicano, alejado de cualquier visión dogmática o doctrinal, porque como se decía en el manifiesto fundacional del Partido Republicano Radicalsocialista de diciembre de 1929, “el socialismo ya no es un dogma, es una civilización”. Por eso no puede pretender monopolizarlo ninguna ortodoxia, sino que forma parte de la cultura común de la izquierda.

Creemos en un socialismo continuador de la idea de libertad del republicanismo democrático fraternal, esto es, aquella según la cual libertad es independencia respecto de la voluntad arbitraria de otro, ya sea el Estado o un particular, y que esa independencia se funda siempre en la posesión de bases materiales suficientes para asegurar la existencia social de todos los ciudadanos, garantizada, como pretendía Robespierre, mediante la sustitución de una “economía política tiránica” por una “economía política popular” .

Desde este punto de vista, socialismo, entendido, en frase afortunada de Karl Marx como “sistema republicano de asociación de productores libres e iguales” es:

Combatir la creciente destrucción de las fuentes de vida y las bases de la existencia material de la mayoría de la población, por ejemplo mediante la instauración de una Renta Básica de Ciudadanía, tan universal e incondicional como el derecho de sufragio.

Potenciar la economía social y nuevas formas de propiedad social-republicana.

Repolitizar las relaciones laborales, estableciendo el control republicano-democrático de las decisiones empresariales.

Defender el Estado democrático frente al asedio de los grandes poderes económicos transnacionales y luchar por su democratización radical.

Asegurar la titularidad pública de sectores estratégicos, así como la universalidad y gratuidad de los servicios públicos educativos, sanitarios y culturales.

Desarrollar una decidida política de gasto público y de redistribución de la riqueza mediante sistemas tributarios progresivos.

Reconstituir fraternalmente los hoy fragmentados intereses del sector social productivo en una nueva acción colectiva que incluya a trabajadores estables, precarios, desempleados e inmigrantes, solidariamente unidos contra los efectos del capitalismo neoliberal.

Regular los mercados financieros internacionales, con medidas como la Tasa Tobin o la democratización del FMI.

Frenar la oligopolización de los mercados con una legislación que erradique los monopolios y los paraísos fiscales y que suprima los sistemas de patentes biotecnológicas.

Planificar del desarrollo para que sea sostenible, preserve el medio ambiente y garantice el derecho de todos a disfrutar de los recursos naturales que forman el patrimonio común de la humanidad.

Un nuevo radicalsocialismo, puede ser una base para la construcción de un nuevo sujeto político de la izquierda, conduciendo a una síntesis del radicalismo democrático y laico del republicanismo, con los ideales emancipadores socialistas y libertarios, con la hoy irrenunciable visión ecologista, con la siempre valida y urgente reivindicación del pacifismo, con la aportación de las luchas obreras y sindicales, con las reivindicaciones feministas, así como con las experiencias de los nuevos movimientos sociales alternativos.

 
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